En mi casa sólo ha habido tres televisiones. En los 25 años de vida que Dios me ha regalado, sólo tres.
La primera fue una televisión marca "Philco" blanco y negro, de esas que tenían patitas de madera removibles y se cambiaba el canal con una perilla como de estufa. Para ajustar el volumen se movían unas como palanquitas... un hermoso vejestorio de los años 60.
Detrás de ella, había la historia de ser el primer "símbolo de estatus" de mi familia, la satisfacción de mi abuela porque pudo ver al Papa, aunque fuera en la tele y la de mi madre de invitar a sus vecinas a ver "Siempre en Domingo".
Gracias a ella, durante mi infancia temprana, veía a Chabelo cada Domingo religiosamente a las 9 de la mañana (nunca se me ha dado madrugar) cantar "Perro Lanudo", "El gato loco" y hacer su patentada "Catafixia".
Recuerdo a mi abuela cambiando el canal con una cuchara de cocina, porque la tele estaba arriba de un ropero y ella no alcanzaba. Esa imagen está en mi cabeza siempre que veo una cuchara de peltre.
Recuerdo a mi abuela cambiando el canal con una cuchara de cocina, porque la tele estaba arriba de un ropero y ella no alcanzaba. Esa imagen está en mi cabeza siempre que veo una cuchara de peltre.
Un día, mi madre simplemente se aburrió, fue a una tienda departamental y cambió aquel mastodonte por una novísima Sony Trinitron de 21". Regaló la tele de mi abuela a su amiga y el mundo siguió adelante. Pasaron muchos años para llegar a la monstruosa pantalla plana que hoy ocupa el diminuto espacio de la sala de mi casa, que me recuerda día a día: vives en el siglo XXI.
La verdad, es que jamás le perdoné a mi madre haber dado esta televisión. Un día hasta le exigí pedirla de regreso. Cosa, que obviamente fue imposible.
Yo sufro estos tiempos donde todo pasa de moda en un abrir y cerrar de ojos. Donde la tendencia pareciera ser dejar atrás y abrazar con brazos y piernas la modernidad.
No digo que no sea tentadora. En la empresa donde trabajo me regalaron un iPad. Después de tenerlo arrumbado 2 meses, un día por fin decidí usarlo y debo confesar que un día quería picarle con el dedo a la pantalla de mi Laptop para abrir un link y que cuando la agarro y la siento en mis piernas, me parece pesada e incómoda. En ocasiones pienso que así es tener una aventura. Lo nuevo te seduce con su esencia desconocida y aquello que ha estado contigo siempre te empieza a parecer viejo y aburrido. Siéndole fiel a mi Lap, he prometido hacer todas mis entregas en ella.
Para mí, todas las cosas guardan historias. El valor de un mueble jamás es el monetario, si no que representa una etapa. Es el reflejo y testigo de la vida que has vivido. Realmente qué tanto importa el material del primer comedor familiar. Si fue barato y ordinario o si fue de la más fina caoba. Lo que en verdad tiene valor es que conserves aquel en el que has compartido el pan, hecho tareas, te has recargado a llorar, te has peleado, reconciliado.... me recuerda la canción de Delgadillo "La mesa de la cocina" donde narra cómo una mesa atestigua la relación de una familia.
Por años he peleado con mi madre y su afán de deshacerse de las cosas. Tengo sin embargo, la mala costumbre de no explicar mucho, porque yo creo que la gente me entiende. Yo sólo me encerré en mi enojo por días cuando donó a la tómbola de la iglesia un juego de té de mi abuela o tiró la estufa donde yo jugaba a ser hornear pasteles imaginarios.
-"Lore, si ya tenemos esta nueva, ¿para qué ibas a querer esa estufa? Está vieja y además, al rato que falle, nadie la sabrá reparar"
- "Pues aunque fuera de librero o para meter mi ropa, pero la hubiera usado".
El día que le conté cuánto me había dolido que tirara aquella tele y cómo le dejé en claro que mi librero, el ropero de mi abuela y su consola Stromberg Carlson que aún toca discos de 40 revoluciones eran S-A-GR-A-D-O-S, ella cambió mucho su punto de vista sobre conservar.
Le metí también mi rollo ecológico de que es importante usar las cosas lo más que se pueda, porque cada cosa que dejamos de usar va a parar directamente a generar más basura, que se entierra en la tierra y que el pobre planeta no puede ya con más.
Ayer, cuando nos bajamos del coche, descubrió que su paraguas con mango de pato que yo le traje de Ixtapa una vez, (sólo porque tenía un pato y a ella le gustan), ya no servía.
"-¡Ay, ya no abre mi paraguas Lore!"
- "Bueno, ya te tocaba estrenar". Repuse riéndome.
-"¡No! Voy a buscar quién me lo repare".