domingo, 26 de agosto de 2012

Y es que yo así no puedo

Tener roomies es interesante. Te hace darte cuenta de cómo viven otros su día a día. Y no es que me interese en realidad cómo viven otros, es más que me hace compararme con ellos y asombrarme de cómo sistematizan sus vidas. Y me ha hecho consciente de mi propio sistema. O mucho mejor dicho, de mi falta total de sistema.

Tener quién compre todo por ti, aunque sea con tu propio dinero, es una forma cómoda de vida. Así fue mi vida hasta hace unas semanas. Podría parecer que no entiendo el valor monetario de las cosas, pero no es así.  Muy por el contrario, vivir sola me hizo darme cuenta del costoso estilo de vida que mi madre lleva y al que de un modo, me arrastraba.

Un día, platicando con un roomie, me decía cómo programa sus gastos. Me mostró sus listas de cosas pendientes, lo que iba a comprar en qué quincena, cuándo manda su ropa a la lavandería, cuándo manda a bolear sus zapatos... todo perfectamente calendarizado. Es más, le pone cuadritos a sus listas y va palomeando lo que va haciendo, de ese modo, garantiza que nada se le olvide y siempre tiene todo al corriente y en perfecto orden.  Sonreí y le dije que me parecía que eso de ser organizado era mucho trabajo. Se encongió de hombros y desnucadoramente me dijo: "ser desordenado implica mucho más trabajo".

Me vine a mi cuarto, sienténdome la persona más desordenada y culpable del mundo. Prendí el boiler, rezando a todos los santos que conocía para que no explotara, porque eso de prender el boiler es una experiencia completamente nueva para su servidora y me metí a bañar. Me percaté entonces que mi shampoo estaba próximo a terminarse y sabía perfecto que no iban a ser ni cien ni doscientos ni trescientos pesos lo que me iba a costar reemplazarlo. Mientras me bañaba, pensé que sería una buena idea comenzar a hacer presupuestos sobre mis cigarros, el shampoo, el desodorante, la crema de contorno de ojos que me cuesta una forutna y así como mi roomie, tener listas programadas para comprar lo necesario en cada quincena.

Salí de la ducha y me quedé pensando. Me quedé sólo sentada en la cama pensando. Tenía toda la intención de hacer listas, pero no tenía agenda, ni calendario, ni post its ni nada de esas cosas que polulan en el organizado escritorio de mi roomie. Pensé que tenía el aipad. Ahí hay calendario. Luego pensé que sólo la prendo para tuitear o usar mis flashcards en clase y que seguramente, nunca revisaría la agenda. Y luego vi el reloj y era tarde para irme a trabajar.

Pasaron los días y mi coche se descompuso. Y todo mi dinero se fue en dar el adelanto para que esté más rápido. Me di cuenta que tenía un algo de dinero ahorrado y que si no fuera por el carísimo tratamiento de riñones que estoy pagando, las visitas a la psicóloga que están por concluír, (porque no estarán pensando que me salí de mi casa sin ayuda profesional ¿verdad?) y el dinero que tuve que invertir en ropa formal, habría podido comprar sin problemas mi shampoo y pagar la reparación.

Entonces me di cuenta que no necesito listas. Que vivir sin sistema es mi sistema. Y me funciona. Y me funciona muy bien

Everything I touch, I break


No puedo secarme el pelo. Anoche, mientras me refugiaba de la invasión de los invitados a mi casa que no eran mis invitados, derramé algo de mi cerveza sin alcohol en mi colcha. Hoy por la mañana había una espantosa mancha cafetosa que tuvo que quedarse ahí, mientras yo tomaba un taxi rumbo al sur de esta ciudad para dar mi clase de ocho de la mañana a mi alumno que sólo puede aprender Inglés en domingo.

Después de desayunar con mi madre, cuya casa abandoné hace a penas mes y medio, decidí tallar la mancha y sercarla con mi secadora de cabello. Tuve la brillante idea de pegarla a  la colcha, para que se sacara más rápido y ¡pum! ya no sirve.

Mi coche está en el taller, como regularmente ha estado en los últimos diez años desde que mi ratón se convirtió en mi regalo de cumpleaños número 16. Paso por un tratamiento fuerte para recuperar la mitad del riñón que está dañado, debo pasar tres meses sin tomar UNA gota de alcohol. La pantalla de mi aipad es una buena copia del diseño de Spiderman. Obtuvo su decorado especial cuando un día se resbaló de entre los libros que cargaba en los brazos mientras trataba de abrir la puerta del coche. El corazón del último novio que tuve hoy se repara en los brazos de una joven con un look muy mexicano ( o sea, bien morenita y así, pues). Mi Blackberry estuvo muerta por tres semanas y carece de la parte plástica de arriba que recubre los botones de acceso multimedia. (el que me la reparó dice que "se me cae mucho". Yo sólo le dije que la pobre tenía muchos problemas y le gustaba jugar a suicidarse. Obvio, no se rió)

Nunca había notado el estado de las cosas a mi alrededor, hasta hace un mes, que cansada de la vida en casa de mi madre, me mudé un domingo sin previo aviso. Parece que fue ayer cuando lloraba como un cachorrito al empacar mis cosas y sacar en una camionetita pick up de TaxiCarga mi cama y una maleta.

Me fui no por hartazgo de la persona que más me ama en el mundo, no por falta de amor o excesivas reglas.  Me fui sólo un día, porque necesitaba hacerlo. No había mejor razón. Necesitaba mi espacio. Necesitaba no ser la segunda madre de mis sobrinos, el clóset de mi hermana, el chofer de mi madre, la oreja de mi hermano... necesitaba ser yo. Había demasiado ruido en mi vida. Y había demasiado amor. Y demasiado todo.

Había tanto ruido, que no había reparado en cuánto poco cuidado tenía de mis cosas. De mí misma. De mi vida.
Estaba envuelta en un capullo de perfumes y maquillajes de Christian Dior y perfumes Loewe, de champús Redken y una lista de productos caros, todos comprados sin petición de mi parte, todos impuestos, todos, usados por mí con muy poca frecuencia.

Antes de mudarme, siempre anduve en jeans y suecos, teniendo una colección entera de preciosos tacones. Siempre a cara lavada, teniendo los más bonitos octetos de sombras de Dior, nuevos cada temporada. El amor de mi madre me estaba ahogando y yo, me mantenía ocupada, rompiéndolo todo.

El primer jueves después de mudarme, una oferta para trabajar en una prestigiosa y nueva universidad en la ciudad llegó. No la pedí, no la busqué. Sólo llegó. El siguiente viernes firmé el contrato. Un contrato con cláusula de verme bien incluída. Ajá, porque el código de vestir es formal.
En un abrir y cerrar de ojos, se acabaron los jeans, el pelo a la Amanda Miguel y la cara lavada. En un fin de semana mi mejor amigo me diseñó un vesturio que inlcuye vestidos y pantalones de'sos formales y ejecutivos, blusas de seda y suetercitos de cashmere.
Y un lunes, veía a todos mirarme como si fuera otra. Y tratarme como si fuera otra. Y yo, comencé a darme cuenta que es tiempo de dejar de romper y empezar a reparar.

Estoy levemente endeudada para poder reparar mi auto. Usaré aventones y camio... no, esperen, caminaré por los siguientes cuatro días. Supongo que repararé mi aipad y mi secadora. Sigo bebiendo cervezas de esas con la "O" hasta que mi riñón sane. Lo más importante, hoy abracé a mi madre, después de mes y medio y le dije que estaba feliz de verla.

Después de todo, uno siempre puede dejar de tener manos de mantequilla. (o al menos, usar guantes)