domingo, 26 de agosto de 2012
Everything I touch, I break
No puedo secarme el pelo. Anoche, mientras me refugiaba de la invasión de los invitados a mi casa que no eran mis invitados, derramé algo de mi cerveza sin alcohol en mi colcha. Hoy por la mañana había una espantosa mancha cafetosa que tuvo que quedarse ahí, mientras yo tomaba un taxi rumbo al sur de esta ciudad para dar mi clase de ocho de la mañana a mi alumno que sólo puede aprender Inglés en domingo.
Después de desayunar con mi madre, cuya casa abandoné hace a penas mes y medio, decidí tallar la mancha y sercarla con mi secadora de cabello. Tuve la brillante idea de pegarla a la colcha, para que se sacara más rápido y ¡pum! ya no sirve.
Mi coche está en el taller, como regularmente ha estado en los últimos diez años desde que mi ratón se convirtió en mi regalo de cumpleaños número 16. Paso por un tratamiento fuerte para recuperar la mitad del riñón que está dañado, debo pasar tres meses sin tomar UNA gota de alcohol. La pantalla de mi aipad es una buena copia del diseño de Spiderman. Obtuvo su decorado especial cuando un día se resbaló de entre los libros que cargaba en los brazos mientras trataba de abrir la puerta del coche. El corazón del último novio que tuve hoy se repara en los brazos de una joven con un look muy mexicano ( o sea, bien morenita y así, pues). Mi Blackberry estuvo muerta por tres semanas y carece de la parte plástica de arriba que recubre los botones de acceso multimedia. (el que me la reparó dice que "se me cae mucho". Yo sólo le dije que la pobre tenía muchos problemas y le gustaba jugar a suicidarse. Obvio, no se rió)
Nunca había notado el estado de las cosas a mi alrededor, hasta hace un mes, que cansada de la vida en casa de mi madre, me mudé un domingo sin previo aviso. Parece que fue ayer cuando lloraba como un cachorrito al empacar mis cosas y sacar en una camionetita pick up de TaxiCarga mi cama y una maleta.
Me fui no por hartazgo de la persona que más me ama en el mundo, no por falta de amor o excesivas reglas. Me fui sólo un día, porque necesitaba hacerlo. No había mejor razón. Necesitaba mi espacio. Necesitaba no ser la segunda madre de mis sobrinos, el clóset de mi hermana, el chofer de mi madre, la oreja de mi hermano... necesitaba ser yo. Había demasiado ruido en mi vida. Y había demasiado amor. Y demasiado todo.
Había tanto ruido, que no había reparado en cuánto poco cuidado tenía de mis cosas. De mí misma. De mi vida.
Estaba envuelta en un capullo de perfumes y maquillajes de Christian Dior y perfumes Loewe, de champús Redken y una lista de productos caros, todos comprados sin petición de mi parte, todos impuestos, todos, usados por mí con muy poca frecuencia.
Antes de mudarme, siempre anduve en jeans y suecos, teniendo una colección entera de preciosos tacones. Siempre a cara lavada, teniendo los más bonitos octetos de sombras de Dior, nuevos cada temporada. El amor de mi madre me estaba ahogando y yo, me mantenía ocupada, rompiéndolo todo.
El primer jueves después de mudarme, una oferta para trabajar en una prestigiosa y nueva universidad en la ciudad llegó. No la pedí, no la busqué. Sólo llegó. El siguiente viernes firmé el contrato. Un contrato con cláusula de verme bien incluída. Ajá, porque el código de vestir es formal.
En un abrir y cerrar de ojos, se acabaron los jeans, el pelo a la Amanda Miguel y la cara lavada. En un fin de semana mi mejor amigo me diseñó un vesturio que inlcuye vestidos y pantalones de'sos formales y ejecutivos, blusas de seda y suetercitos de cashmere.
Y un lunes, veía a todos mirarme como si fuera otra. Y tratarme como si fuera otra. Y yo, comencé a darme cuenta que es tiempo de dejar de romper y empezar a reparar.
Estoy levemente endeudada para poder reparar mi auto. Usaré aventones y camio... no, esperen, caminaré por los siguientes cuatro días. Supongo que repararé mi aipad y mi secadora. Sigo bebiendo cervezas de esas con la "O" hasta que mi riñón sane. Lo más importante, hoy abracé a mi madre, después de mes y medio y le dije que estaba feliz de verla.
Después de todo, uno siempre puede dejar de tener manos de mantequilla. (o al menos, usar guantes)
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