viernes, 30 de noviembre de 2012

Terminó el sexenio. Mi primera vez

A petición de mi héroe del día: Re



Empezó hace seis años en Julio. Vivía yo entonces en Ixtapa. Guerrero es un estado amarillo, Guanajuato en ese entonces era más azul que ahora. Las recomendaciones de los locales a todo el equipo de León que radicábamos allá fue:"váyanse, porque si no gana López Obrador, no sabemos cómo se pueda poner".

Sin hacer caso, fuimos a buscar la casilla de turistas para votar. No fue la excepción: pocas boletas, filas, horas, turnos, miedo de no poder votar. Pero a mis veinte años y sin haber votado nunca en una elección federal, mis entrañas decían: "voy a votar, pase lo que pase, no importa lo que tenga qué hacer, voy a votar por Felipe Calderón".

Después de ocho horas bajo el rayo del Sol de Ixtapa, crucé con la mano temblorosa de emoción, no de duda, las siglas del partido que para mí lo representaba todo. Crucé el nombre del hombre que se había opuesto a Fox y sus abusos a la vida interior del partido, queriendo imponernos a Creel. Crucé: "Felipe Calderón Hinojosa". Crucé la esperanza de un México ordenado, libre de corrupción, industrioso, pujante, justo, libre de expresarse. Crucé la promesa de las oportunidades para los jóvenes de empleo. Le di mi voto, le di mi confianza, le di mi bendición.

Regresé al cuarto en el que vivía. Sin televisión. Dormí tranquila, cansada, con la piel ardiendo por las quemaduras del sol. 
Desperté con la noticia en la cocina: Felipe era presidente. Mi alma sintió un alivio. Y me puse a trabajar.

A lo largo de los seis años, fui testigo de sus decisiones valentonas. Del rechazo a algunas de sus políticas públicas. De las críticas a la crisis de seguridad que el país presentaba. Escuché, di la razón a muchos de sus críticos en cuanto a replantear rumbo en ese combate frontal al narcotráfico.

Para mí, finaliza el sexenio en que jamás he estado sin empleo y mi mejor amigo ha rechazado cuatro. Finaliza el sexenio en que la libertad de expresión me permitió ir a San Lázaro a impulsar ReformaPolíticaYa en plena libertad. El sexenio en que puedo vivir sola y solventarme aún sin ejercer mi profesión. 
Termina el sexenio en que el esposo de Martina, la señora quien nos hacía el favor de limpiar la fábrica donde trabajé alguna vez, fue operado completamente gratis de una severa condición cardiaca.
Termina el sexenio de los PanAmericanos en México. Termina el sexenio donde dos de nuestros coolaboradores en Torreón murieron, víctimas de un fuego cruzado. Termina también la amenaza bajo la que vivían mis primos, comerciantes de papas, quienes fueron por muchos años víctimas de extorsión y pagaron cuotas. 

Hay quienes dicen que el mejor indicador del fracaso de Felipe fue "no mantener la presidencia en las manos del PAN". Yo difiero. Sé que hay teorías electoreras que dicen que los electores reeligen o castigan los buenos gobiernos y por ende, el de Felipe fue malo, porque AN no sostuvo la presidencia. Yo a eso le llamo príismo y para mí es una clara señal de que Felipe ejerció un gobierno donde sin importar las consecuencias en las urnas, hizo lo que mejor consideró. Eso es un líder. Su decisión tal vez fue desafortunada, costó vidas, costó la alternancia. Pero justamente eso, la alternancia, es para mí un buen síntoma de democracia y de un gobierno que se ejerce con convicción.

No existen los gobiernos perfectos ni las responsabilidades absolutas sobre los gobiernos federales. Los estados rojos son para mí los grandes deudores de este sexenio, no Felipe.

Así que, haciendo memoria de aquello que esperaba cuando voté hace seis años por Felipe, le digo con una enorme sonrisa:

Felipe, nada me debes. Felipe, estamos en paz.

lunes, 19 de noviembre de 2012

Italian Coffee vs Starbucks

No sé desde cuándo llegó la franquicia americana a mi rancho. Yo la conocí en su ciudad natal, Seattle WA, pero no la probé ahí porque el dueño había vendido el equipo local los "Sonics" a no sé quién que a su vez había vendido el equipo a otro fulano y pues los seatlitas se habían quedado sin equipo de basquetball y andaban poquis enojados ¿verdad?, así que, mi entonces novio, casi, casi marido, no consumía Starbucks y pues yo, menos.

Luego, en clase de "Tendencias Mundiales de Negocios Alimentarios" o algo así que llevé en la universidad, analizamos la franquicia y sus orígenes y cómo un gringo se fue un día a Italia de vacaciones y dijo: "ay, como que quiero poner un café" y es así que hoy pedimos "caramel macchiato" y esas monstrosidades lingüísticas producto de la mezcolanza entre el Inglés y el Italiano.
Y bueno, cómo fue personalizando el servicio, cómo fue aprovechando eso de que su personal era bien güenagente y se aprendía el nombre de los clientes o les daban gusto, que poniéndole la leche deslactosada para que no se anduvieran pedorreando todo el día y así. Lo hizo estándar y ¡bum! a casi todo mundo le ponen el nombre en su vaso hoy en día (menos a mí, porque las del Starbucks cerca de la universidad donde doy clases no me quieren, las muy feítas) y los vegetarianos pueden tomar capuccinos porque se los pueden hacer de lechita de soya.

A la vuelta de veintitantos años, Starbucks es una de las franquicias con mayor prenetación en el mercado internacional en el rubro de bebidas y que, curiosamente, vende de todo, menos bebidas.
No sé bien qué venda en otros países, pero en México, percibo claramente que vende estatus.

Cuando llegó la moda al rancho, yo la verdad que ni me paraba en esas tiendas. Me daba una hueva inmensa hacer fila, como si fuera uno a las tortillas, pagar y luego irse a sentar a beberse un café muy caro y nada bueno. Prefería ir a mi cafecito llamado "Azúcar y Canela" donde el dueño era la cosa más tierna del mundo, me recibía con beso en cada mejilla y todo. Y luego llegaba Alán, mi meserito de quince años que trabajaba por las tardes para ayudarse con los gastos de la escuela, a llevarme la carta y todo eso. Qué maravilla saborear un café en una tacita de porcelana con gatitos y sentarse en una mesa con mantelito individual.

Al año de la llegada de Starbucks al rancho, mi café desapareció. Una razón más para odiar la franquicia esa de gente snob.

Pero ya ven que dicen que cae más pronto un hablador que un cojo. Y cambié de chamba. Y lo único cerca  para ver a mis amigas y con internet "gratis" (léase, prorrateado en el precio de la bebida) era el famoso Starbucks.
El primer "caramel macciato" que pedí lo tiré entero a la basura dicendo en voz alta: "con razón los pinches gringos son unos obesos, esto me va a dar un coma diabético".
Mis amigas, niñas "bien de toda la vida", morían de vergüenza y hasta un:"hay que sacarte a pasear más seguido" me gané.
Aprendí que lo menos jodido era pedir el café del día o un té de menta para poder estar ahí con ellas. O sea, yo voy a Starbucks por convivir, pues.

Desde que vivo en el centro de la ciudad y no tengo carro, mis opciones se limitan a lo que hay por aquí. Un día, después de correr, la plaza olía delicioso a café. Era un Italian Coffee que nunca había visto. 
Entré en la tienda y lo primero que leí fue: "no se reciben tarjetas de crédito o débito". La neta, me cayó como patada en los bajos, porque moría de antojo y tuve que caminar como millones de cuadras (2) al cajero más cercano para poder pagar en efectivo mi café.
Me sorprendió el precio. La mitad que Starbucks. ¡Y también tenían leche deslactosada y canderel y splenda y todo! ¡¡Y HASTA APOYAN AL TELETÓN!!
Juré no volver a comprar Starbucks hasta que intenté cerrar mi vasito portable y me metí unos sendos quemones en las manos porque está en chino cerrarlo, entonces el café se derramaba y me batí toda y me enojé y dije: "con razón se los llevan de calle. Sin aceptar plásticos y con estos vasillos ¿cómo?" Y luego, entré al baño y observé las paredes sucias, la taza con sarro y dije: "así no, adiós para siempre" (o ¿cómo era?)

Hoy, paseando con mi madre por el centro, (lo menciono porque es digno de presumirse en estos momentos de mi vida), la invité a un café. No lo tomamos para llevar. El día que yo lo había comprado, la tienda estaba completamente sola. Hoy, estaba a reventar. Y ahí estaba la respuesta a las paredes sucias y los sillones maltratados. Los usuarios. 
El precio atrae a otro mercado. Familias enteras con niños que suben los pies a los sillones, que embarran de mugre las paredes, que usan mucho más el baño... pero, mucho más allá de irritarme, sentí una profunda alegría al ver al México del día a día tomando café en familia.

Entre las muchas historias que observé, sólo les comparto una:

Una pareja de edad MUY, MUY avanzada que puedes deducir al verlos, su actividad es la pepena de basura. La cubeta llena de cosas al lado lo grita. Pero es domingo. Y están sentados a la mesa del café, con sus casi ochenta años encima, con su sonrisa sin dientes y la alegría en su mirada mientras su plática fluye.
Contaban las monedas en la mesa para pagar dos americanos y un trozo de pastel.
Alguien, (a mí ni me pinches vean) pagó su cuenta.

Por la oportunidad de ver los muchos Méxicos, seguiré tomando Italian Coffee, aunque sus vasos portables sean una porquería, sus baños no sean inmaculados y no tengan terminal.

Fortalezas

Hace un par de días aprendí la diferencia entre un palacio y un castillo. Por definición, el primero es una construcción suntosa para que un rey, sultán, gobernante "uloquesea" habite. Un castillo, por otro lado, es una fortaleza. Una estructura de tamaño y diseño tal que permita a los habitantes de alguna población resguardarse en caso de ataque.

Cuando lo leí al preparar mi clase de un nivel que nunca había impartido, no me hizo ruido. Pero, al paso de los días, entendí esa tendencia humana de refugiarse que nos ha acompañado a lo largo de la Historia.

Hoy nos rodeamos de ellas. Ahorramos para el futuro, tenemos automóviles que nos refugian, que nos protegen. Nos rodeamos de amigos. Formamos familias. Estudiamos, persiguiendo un título universitario, un estatus de postgrado que nos refugie. Muy en el fondo, tenemos un miedo casi nato, casi institivo, un miedo fantasma, indefinido, pero presente, que nos lleva a rodearnos de cosas que nos representen seguridad.

Y el día que desaparecen... sufrimos. No sólo por el cambio de vida que representan, si no por la falla en el sistema de pensamiento y actuar que representan. Así bien, el día que renuncias al estatus de ser "Licenciado en Quesadillas I,II y III" y comienzas a explorar nuevas opciones de vida, o el día que a tu carro se le ocurre no prender y no estar listo ni por error en la fecha acordada, la realidad de tu vulnerabilidad humana te da un sartenazo en la cara: sigues siendo polvo y en polvo te convertirás.

Formamos fortalezas emocionales también. Inventamos la independencia. Esa cualidad loable de ser "in" independiente y no necesitar de nadie que venga a rescatarnos la vida. Yacemos confiados en el set de habilidades aprendidas, adquiridas con la educación universitaria o de casa para creer que podemos solos. Que el amor y esas cosas siempre pueden llegar algún día, pero que mientras tanto, contamos con nosotros mismos para encarar el día a día, el reto del trabajo cotidiano, escapar de la rutina, encontrar la paz interior, la felicidad en las cosas pequeñas y ser suficientes. Me basto a mí misma. ¿Lo ves? Me basto. Puedes irte o quedarte. Seguro te extrañaré, pero me quedo yo. Me quedan mis amigos, mi familia, mi trabajo, mi talento, mi currículum, mi éxito profesional, mi capacidad de reinventarme, mis fologüers en tuíter y una larga lista de etcéteras que construyen la fortaleza que todos los autores de superación personal definen como saludable y deseable.

Y así, armados con todo aquello que creemos, nos hace fuertes, enfretamos el reto de vivir. Ya saben, eso de salir a corretear la chuleta para algo. Para comprar, viajar, comer, seguir estudiando, aprender más cosas, asentarse ... formar una sociedad más justa, una ciudad pujante, una patria ordenada... un mundo mejor.

Pero ¿de qué o quién nos refugiamos? ¿alguien tiene el nombre y apellido del miedo que nos lleva a la búsqueda de todo lo que somos y tenemos?

Habrá quién diga que no es miedo. Que es el instito humano de subsistencia, la ambición inherente a un ser pensante, la necesidad social y política de la condición humana lo que nos lleva a rodearnos de cosas, afectos, conocimientos y rutinas. Y que es parte del apego natural sufrir cuando se pierden.
 Y yo digo que sí es miedo. Que necesitamos las fortalezas porque nos sentimos débiles. Que hay una percepción implantada en nuestro cerebro que nos genera sentimientos de pequeñez. De vulnerabilidad. De soledad. Y entonces, me hago grande sabiendo cosas. Y fuerte, ganando dinero, teniendo amigos, formando una familia, comprando cosas caras que me dan estatus.

Pero, el día que se van, el día que se pierden, que fallan, que se descomponen, el día que tu pareja decide que ya no empata contigo y al mes emmpata con alguien, el día que tu jefe se pone en su plan que lo haces todo mal, el día que tus fortalezas se van... quedas tú, sangre, agua, huesos y fluídos de cara a la realidad: eres débil, estás solo y nada de lo que construíste, adquiriste o leíste, está ahí para cambiar tu condición.

Y ese día descubres que tu fortaleza más fuerte es saberte débil. Aceptar que todo puede irse, fallar, descomponerse, perderse y que aún así, quedaste tú.
Tú, con todo tu todo. Con los ojos para ver hacia nuevos caminos. Tú, con tu sonrisa, ese mágico instrumento que abre todas las puertas. Tú, con tu voz para pedir ayuda a quien quiera dártela. Tú, con tus oídos, para escuchar aquello que la vida quiera enseñarte. Tú, con tus manos abiertas a crear, a recibir, a compartir, a ayudar a quien te encuentres. Tú, con tu corazón lleno de esperanza y fuerza. Ese día aprendes que tu cuerpo es un palacio donde habita un rey. Y ése, no necesita fortalezas.