No sé desde cuándo llegó la franquicia americana a mi rancho. Yo la conocí en su ciudad natal, Seattle WA, pero no la probé ahí porque el dueño había vendido el equipo local los "Sonics" a no sé quién que a su vez había vendido el equipo a otro fulano y pues los seatlitas se habían quedado sin equipo de basquetball y andaban poquis enojados ¿verdad?, así que, mi entonces novio, casi, casi marido, no consumía Starbucks y pues yo, menos.
Luego, en clase de "Tendencias Mundiales de Negocios Alimentarios" o algo así que llevé en la universidad, analizamos la franquicia y sus orígenes y cómo un gringo se fue un día a Italia de vacaciones y dijo: "ay, como que quiero poner un café" y es así que hoy pedimos "caramel macchiato" y esas monstrosidades lingüísticas producto de la mezcolanza entre el Inglés y el Italiano.
Y bueno, cómo fue personalizando el servicio, cómo fue aprovechando eso de que su personal era bien güenagente y se aprendía el nombre de los clientes o les daban gusto, que poniéndole la leche deslactosada para que no se anduvieran pedorreando todo el día y así. Lo hizo estándar y ¡bum! a casi todo mundo le ponen el nombre en su vaso hoy en día (menos a mí, porque las del Starbucks cerca de la universidad donde doy clases no me quieren, las muy feítas) y los vegetarianos pueden tomar capuccinos porque se los pueden hacer de lechita de soya.
A la vuelta de veintitantos años, Starbucks es una de las franquicias con mayor prenetación en el mercado internacional en el rubro de bebidas y que, curiosamente, vende de todo, menos bebidas.
No sé bien qué venda en otros países, pero en México, percibo claramente que vende estatus.
Cuando llegó la moda al rancho, yo la verdad que ni me paraba en esas tiendas. Me daba una hueva inmensa hacer fila, como si fuera uno a las tortillas, pagar y luego irse a sentar a beberse un café muy caro y nada bueno. Prefería ir a mi cafecito llamado "Azúcar y Canela" donde el dueño era la cosa más tierna del mundo, me recibía con beso en cada mejilla y todo. Y luego llegaba Alán, mi meserito de quince años que trabajaba por las tardes para ayudarse con los gastos de la escuela, a llevarme la carta y todo eso. Qué maravilla saborear un café en una tacita de porcelana con gatitos y sentarse en una mesa con mantelito individual.
Al año de la llegada de Starbucks al rancho, mi café desapareció. Una razón más para odiar la franquicia esa de gente snob.
Pero ya ven que dicen que cae más pronto un hablador que un cojo. Y cambié de chamba. Y lo único cerca para ver a mis amigas y con internet "gratis" (léase, prorrateado en el precio de la bebida) era el famoso Starbucks.
El primer "caramel macciato" que pedí lo tiré entero a la basura dicendo en voz alta: "con razón los pinches gringos son unos obesos, esto me va a dar un coma diabético".
Mis amigas, niñas "bien de toda la vida", morían de vergüenza y hasta un:"hay que sacarte a pasear más seguido" me gané.
Aprendí que lo menos jodido era pedir el café del día o un té de menta para poder estar ahí con ellas. O sea, yo voy a Starbucks por convivir, pues.
Desde que vivo en el centro de la ciudad y no tengo carro, mis opciones se limitan a lo que hay por aquí. Un día, después de correr, la plaza olía delicioso a café. Era un Italian Coffee que nunca había visto.
Entré en la tienda y lo primero que leí fue: "no se reciben tarjetas de crédito o débito". La neta, me cayó como patada en los bajos, porque moría de antojo y tuve que caminar como millones de cuadras (2) al cajero más cercano para poder pagar en efectivo mi café.
Me sorprendió el precio. La mitad que Starbucks. ¡Y también tenían leche deslactosada y canderel y splenda y todo! ¡¡Y HASTA APOYAN AL TELETÓN!!
Juré no volver a comprar Starbucks hasta que intenté cerrar mi vasito portable y me metí unos sendos quemones en las manos porque está en chino cerrarlo, entonces el café se derramaba y me batí toda y me enojé y dije: "con razón se los llevan de calle. Sin aceptar plásticos y con estos vasillos ¿cómo?" Y luego, entré al baño y observé las paredes sucias, la taza con sarro y dije: "así no, adiós para siempre" (o ¿cómo era?)
Hoy, paseando con mi madre por el centro, (lo menciono porque es digno de presumirse en estos momentos de mi vida), la invité a un café. No lo tomamos para llevar. El día que yo lo había comprado, la tienda estaba completamente sola. Hoy, estaba a reventar. Y ahí estaba la respuesta a las paredes sucias y los sillones maltratados. Los usuarios.
El precio atrae a otro mercado. Familias enteras con niños que suben los pies a los sillones, que embarran de mugre las paredes, que usan mucho más el baño... pero, mucho más allá de irritarme, sentí una profunda alegría al ver al México del día a día tomando café en familia.
Entre las muchas historias que observé, sólo les comparto una:
Una pareja de edad MUY, MUY avanzada que puedes deducir al verlos, su actividad es la pepena de basura. La cubeta llena de cosas al lado lo grita. Pero es domingo. Y están sentados a la mesa del café, con sus casi ochenta años encima, con su sonrisa sin dientes y la alegría en su mirada mientras su plática fluye.
Contaban las monedas en la mesa para pagar dos americanos y un trozo de pastel.
Alguien, (a mí ni me pinches vean) pagó su cuenta.
Por la oportunidad de ver los muchos Méxicos, seguiré tomando Italian Coffee, aunque sus vasos portables sean una porquería, sus baños no sean inmaculados y no tengan terminal.
¡Hola!
ResponderEliminarMe pareció muy curioso tu artículo y coincido contigo plenamente acerca de Starbucks, quien nos vende un pésimo producto sólo por un mal contexto social, algo que sólo la mercadotecnia en nuestro país podría lograr.
Por otra parte debo decir que yo siempre he tenido buena experiencia con Italian Coffee, no sólo porque es un producto de mejor calidad, sino porque me trae muchas sensaciones, recuerdos y momentos indescriptibles, creo que esa es la mejor identidad que un buen producto te puede dejar, no como StarSUCKS que nunca dejará de ser negocio con un falso estatus social.
Saludos :P