No sé bien si fue cuando se lanzó el trailer de la película de Cantinflas y comencé a ver toda su filmografía como enajenada o cuando por mensa (no pregunten) me cruzó por la mente dejar mi amado, adorado y chulobonitodeprecioso departamento para vivir a cuatro cuadras de ahí.
No sé si fue a través de leer y ver toda entrevista que está disponible en Internet acerca de Cantinflas quien creció y desarrolló su personaje en este lugar... no sé si a través de los comentarios que se escuchan en la ciudad... pero hacía tres semanas que me encontraba leyendo cuanto había a mi disposición sobre "El Barrio Bravo de Tepito".
La información iba desde notas de hacía algunos años atrás, cuando existía la unidad habitacional "La Fortaleza", inmueble que permitía a los amigos de pelearse con la policía escapar fácilmente de ellos, al tener una ubicación con acceso/salida a varias calles. Este peculiar edificio fue expropiado en dos mil siete por el Gobierno del Distrito Federal y después convertido en una escuela... o algo, tampoco leí taaaan bien.
También información sobre "El Safari" (como si Tepito fuese una selva o sus habitantes fauna exótica) y la escuela de albures, donde la miss es una de las comerciantes que han vivido ahí toda su vida.
Personajes que van desde ex-boxeadores que se quejan de la falta de gimnasios-asumiendo que el gobierno no quiere el desarrollo del talento local- y taqueros que practican santería y vigilan a los jóvenes de la comunidad. Una especie de archivo de barrio viviente, quien lleva registro del barrio e indagando en el pasado, cuenta historias fantásticas de los habitantes de ahí, como cuando en la invasión estadounidense fueron los únicos que se resistieron a la ocupación y se negaron a poner la bandera extranjera en sus puertas. Todo esto, obedeciendo al milenario mandato del último Tlatoani Cuahutémoc de "pelear hasta el final".
El altar a La Santa Muerte y la fiel guardiana del mismo, a quien se le acusa de practicar santería, las historias sobre el culto a dicha imagen e ir "a pedirle el paro" y en una d'esas... dejarle su churrito de marihuana.
Mi mente era un caldo de cultivo de un lugar mágico, cuyo lema "Tepito existe porque resiste" no tuvo sentido para mí hasta que ubiqué su cercanía con el Zócalo (¿o debo decir estacionamiento?) Capitalino y cómo un día, a cualquier millonario de vecino pudiera ocurrírsele pensar en construir algún bonito mall... aeropuerto, corredor comercial uloquesea en esa área.
Pero eso de ser de provincia y mujer no son condiciones muy aptas para ir sola a Tepito, así casual algún día que se me antojara capitalizar todas mis fantasías a su respecto.
Y como si la ley de atracción existiera, llegó la compañía que necesitaba: "yo mañana quiero ir a Tepito" por ahí de las cuatro de la mañana en el Salón San Luis, después de que pararámos la música para anunciar que en mi próxima visita a este peculiar sitio, iría vestida de fichera.
Al día siguiente, con algo de resaca o el apenas preludio de la misma, nos montamos en la ecobici, con férrea decisión de llegar a Tepito, sin importar nada.
El problema comenzó cuando ninguno de los dos sabíamos cómo salir del Parque España...*sad trombone* .... por lo que hubo que regresar a trazar una ruta de los trasbordos en las líneas de metro para llegar.
Después de experimentar el calor y hacinamiento de la estación Guerrero de la línea verde, nuestros cerebros y pulmones exigían aire, por lo que salimos rumbo al metro Bellas Artes. Un trasbordo larguísimo y lleno de miles de usuarios y tres estaciones después la victoria se sentía como un ligero, pero grande triunfo, el letrero: TEPITO.
Lo que no les he dicho es que eran casi las cinco de la tarde... eso de trasbordar en líneas que nunca utilizas puede llevar a ese fenómeno llamado: "¡PTM vamos en dirección contraria!"
Bajamos con una emoción que sólo aquél que ha luchado por algo entiende. El primer puesto, aún en las escaleras de la salida del metro desplegaba desde gis anticucarachas hasta condones con el logo del Gobierno Capitalino.
Comenzamos a caminar bajo el nublado cielo de las cinco de la tarde de la Ciudad de México, entre el barullo de los vendedores recogiendo sus puestos.
Absolutamente nada de todo cuanto habíamos imaginado o leído estaba ahí. Un montón de puestos con mercancías bastante generales, con unas cuantas excepciones donde claramente, los artículos eran robados -hablo de un pequeño retazo de tela rojo en el suelo con celulares usados- fue todo cuanto encontramos a nuestro paso.
Buscamos calles sin tantos puestos, porque el constante paso de motonetas con más de dos tripulantes sí nos puso algo nerviosos. Casas convertidas en locales comerciales con partes superiores descuidadas que fungen como bodegas, un puesto de micheladas, una tendera que no quiso darnos informes y uno de los primeros templos de la Ciudad con antiquísimos bultos religiosos fueron nuestros mayores hallazgos.
La luz del día que languidecía y la lluvia nos invitaron a irnos. Con una experiencia de total fraude y decepción.
Contando nuestra experiencia, escuchamos de alguien quien vio todo cuanto nosotros esperábamos... sólo que ella iba a buscar mercancía específica y no necesariamente la clase de mercancía que encuentras en un Superama.
Otro día... tal vez.
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